martes, junio 03, 2008

Elevo mis loas

o soy de recomendar ni criticar blogs. Como mucho, les cedo un lugar de honor a la derecha del mío, como pa'tenerlos a mano.
De un tiempo a esta parte este blog (ni lo nombro porque la conoce todo el mundo y ya se sabe que escribe espectacularmente y todo el mundo ha escrito algo sobre ella y lo bien que escribe y así sucesivamente...) encabeza mi lista de legibilidad bloggera.
Generalmente lo que me llama la atención de un blogger (en realidad, ahora que lo pienso, de cualquier persona que recién conozca) y hace que me simpatice y entonces lo agregue a mis favoritos, para más tarde cederle el sitio privilegiado a mi diestra, son las cosas en común que tiene conmigo. Soy de Leo, no lo puedo evitar. Cualquiera que se parezca a mí tiene que ser grandioso.

¡Ejem!
Sigamos.
Al principio yo leía otro blog de ella (para qué lo voy a nombrar, todo el mundo sabe de cual hablo) y ta. Me parecía que escribía bárbaro y todo eso. Como soy medio misógina (soy nena muy a mi pesar, no repetiré esto en mi próxima vida... si la hay y eso...), para mi gusto hablaba mucho de mujeres, pero algunos retratos me parecieron muy acertados. La naturaleza de la mujer da para mucho.
Y bueno, después sacó este blog que no sólo leo sino que admiro.
Me encanta cómo enfrenta y expresa situaciones que yo sólo podría emular a duras penas en pleno SPM.

Un día me enojé con una tipa que trabaja en la fiambrería porque me vendió 50 g más de lo que le pedí. O sea, le pedí 5o g de panceta (un poco roñoso lo mío, lo reconozco, pero no necesitaba más); corta, pesa y me pregunta:
—¿120 es mucho?
—Eeh, sí... si no, te hubiera pedido 100... —respondo yo (había sido un día medio shitty).
—Ay, es que ahora ya lo corté...
—Bueno, trabajás de esto, si no te dás cuenta cuánto es 100 g de panceta más o menos...

En ese momento, mientras pronunciaba "100 de panceta", me di cuenta de la yeguada que le estaba respondiendo.
Y me lo envasó. Y me cobró como si hubieran sido 50 g. "Te cobré menos", añadió, para terminar de estrujarme el corazón.
Y yo me fui con la cabeza adentro del cuello del rompevientos y estuve pensando TODO EL DÍA en el mal modo en que le había contestado a esta chiquilina.

No puedo.

Si esto le hubiera pasado a mi bloggera favorita, lo habría escrito —no sólo muchísimo mejor que yo, claro está— sino con sumo orgullo, aparte de haberle dicho a la fiambrera algo bastante más ocurrente.

Empecé a leer a esta muchacha y me empecé a identificar con ella, al mismo tiempo que crece mi admiración por cómo no se calla (en ese caso, muy distinto a mí, que aguanto camiones) y sobre todo, por cómo los odios míos encuentran sentido al resultar ser los mismos que plasma ella en su blog.

Los inútiles, la gente que jode, la que vive lejos... no tengo mucha experiencia con los taxistas (a Dios gracias), pero debe ser el mismo tipo de odio que yo le tengo a los guardas de ómnibus (de los cuales los afortunados argentinos se ven librados) y nunca me llamó un telemarketer, pero sí uno vendiendo seguros de vida, del cual reconozco que salí airosa y hasta le dije que tenía un trabajo de mierda y todo (¡me llamó un 24 de diciembre, no podés!) —esto último sí lo recuerdo con orgullo y sin cargos de conciencia—.

Y bueno, alguien que prefiere los gatos a los perros tiene toda mi comprensión y este post fue el que me impulsó a escribir sobre ella, agradecida por no hacerme sentir sola y freak en este mundo.
No soy la única que se rasga las vestiduras cuando suena el teléfono, lo sabía. El teléfono es algo práctico si uno está lejos y realmente necesita comunicarse, no para estar horas y horas encadenado. Gracias. Tenía que escucharlo (leerlo) de otra boca (de otra bitácora) que no fuera la mía.
Como ya dije, esta chica no tiene contacto con los guardas de ómnibus (escuché que ponen maquinitas expendedoras de boletos por octubre, thanks God). ¿Qué opinará sobre los que baldean o riegan las veredas por la mañana?

Estoy confundida... yo mastico hielo...

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